Sueños rotos
Ni siquiera la penumbra de la habitación conseguía mitigar la sensación de que cada prenda que se quitaba era una herida imposible de restañar. Tumbada boca abajo, con los ojos cerrados y la cara vuelta hacia el infinito, sentía cómo a cada embestida del hombre una nueva lágrima resbalaba por su mejilla. Lágrimas que ponían punto y final a una adolescencia que se había marchitado sin haber llegado a florecer. Lágrimas que le hicieron olvidar las vertidas por esos sueños infantiles que no llegaron a cumplirse y que solo presagiaban las que le habrían da acompañar a lo largo de su vida adulta. Lágrimas que continuaron mientras acurrucada en un extremo de la cama vio como su padre salía de la habitación cerrando la puerta tras de sí.
Astolfo