La durmiente

Nada más entrar clavó sus ojos lascivos en mí. Busqué ayuda en la mirada de alguno de los tres últimos pasajeros del vagón, pero la chica dormía y los otros dos estaban demasiado absortos en sus teléfonos como para percatarse de algo. Salí corriendo al sentir su aliento fétido en mi cuello. Estuve a la intemperie absorbiendo el aroma del cielo que traían consigo las gotas, hasta que un macabro libro del escaparate de la tienda Lupus llamó mi atención. El título “La durmiente que jamás despertará” encabezaba la foto de la chica del metro, que en mi ausencia la visita del monstruo recibió.

Nesca