Silencio

Cada lunes en la mañana, le llevaba su vaso de agua y sopa caliente para evitar que él se levante y suelte sus palabras vejatorias con sabor a tequila. Tenía que hacerlo rápido y en silencio entonces, sus pies se volvían de gacela y su cuerpo casi invisible, o por lo menos eso esperaba ella.
Ya era como cinco o siete años, que tenía esa rutina. El dizque “amor” fue lo que le llevó a ese fango.
-¿Por qué no limpiaste la casa? – Le gritaba mientras teñía de colores su rostro.
– ¿Nos cortaron la luz? ¿Qué hiciste con lo que te doy?- Palabras que retumbaba las paredes de adobe, disfrazando un crimen a la dignidad.
– No me pegues. Si trabajara ….
– No me sirves a mí, no sirves a nadie –

El piso se quebraba de dolor, con la patada que recibía ella en el vientre.
Pasó un año más, él seguía siendo el mismo borracho. Ella logró que los colores verde y morado desaparecieran de su rostro. ¡Por fin era libre! Ya no sentía dolor, pero a veces sentía remordimiento por dejarlo; por lo que de vez en cuando lo veía de lejos, por una ventana.
Su compañera de siempre, llamada Silencio, a veces le acompañaba a esas visitas secretas, cuando ella salía de la tumba.

Carpi