Servas invisibles
Marcela, con sus manos infantiles, dibuja muñecas de cristal -pero solo con lágrimas, en su pensamiento, porque apenas ha comido hoy un trozo de pan-. Su cuerpo desnudo y poseído como por el diablo trabaja de día y de noche, para tanto villano, solo tiene 14 años. Esconde su muñeco, al que llama Tata, y lo abraza, así da consuelo a su dulce y tierna alma infantil, mientras se derrite entre los cuerpos grasientos y oscuros de sus cazadores, o es abofeteada por Velkan, su ángel negro de la guarda.
Escondida en aquel cuarto oscuro, Marcela sola y herida, entre sueños, recorre su pequeña aldea, ve a sus hermanas, mamá, papá, y oye la voz de todas las promesas rotas de su querido amiguito, Sandu.
Sonríe sin querer, entre sus recuerdos infantiles de cuentos de príncipes y princesas, que se hacen invisibles, como le gustaría ser a Marcela, todo el tiempo, con la esperanza de que algún día sea ella la protagonista de un dulce cuento, que se hace eterno.
Almavioleta