Los vecinos
Puñetazos, latigazos, lanzamiento de objetos y estos cayendo al suelo…
Luego venían gritos, disculpas acompañadas de llantos incontrolables, y finalmente chillidos que desgarraban tímpanos.
Esto se repetía cada semana, no con un orden de día, pero se repetía.
Siempre se escuchaba a una muchacha suplicando el perdón de un hombre, que “no lo volvería a hacer”, que era culpa suya y no de él, pero al parecer, eso al hombre no le bastaba.
Intenté intervenir llamando a la policía, pero estos nunca hacían caso.
Subí a hablar con la muchacha pero no me abría la puerta.
No podía hacer nada.
Empezó a ser una rutina diaria escuchar a la muchacha gritar y llorar, hasta que un día, lanzó un grito tan fuerte… que llegó el silencio eterno.
El de la lágrima Roja