Las mil y una Sherezades

¿Conocerá mi hija mi duelo interno? Que en lugar de velos visto camisones rotos. Que en lugar de palacios exuberantes, me oculto en el rincón de la cocina. Que en lugar de brazaletes dorados luzco esposas de frio metal. Que este sultán de oficina me obliga a enumerar constantemente, cual contable estricto, los entresijos rutinarios en la preparación del desayuno, la limpieza de los cojines y alfombras, la contenida lista de la compra y la plancha de la colada.

Hoy ella me advirtió con su abrazo del final que no quería para mi historia. Para la de ambas. Le dejamos dormido junto al camisón tirado en el suelo. Cerramos la puerta sigilosamente dejando al monstruo encerrado en su aposento real. Por toda la eternidad.

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