La última noche de ella

Muerto el segundo, por un segundo de perdición en su mente perdidos en el camino y la vida, solo con el corazón en la mano, alimentando su propio coraje y remordimiento con la sangre que brota de la fuente de sus manos y a cero metros de su compañera de vida. Vida prestada por los cielos y los gritos del color diamante rojo que pintaban su valiosa arquitectura remota a los años miserables; aquellos, víctimas de los atónitos colores morados “son un sello de mi amor” decía. Solo por revelarse a su ley de una noche de mil inviernos, el invierno terminó siendo hipócrita, se vistió de noches tormentosas y malditas, noches subliminales de una pasión vandálica donde su cuerpo no tenía decisión. En un segundo pasaron los años burlándose de ellos, tratando de invitar al color negro. Muerto el segundo. Sé que pintarás con la sangre de la fuente y robarás un poco del cielo, también pedirás a la luna solo una gota de su amor para dibujar el día siguiente sin noches. Ella lloraba y suplicaba a Dios que no llegara la noche, por su ego la dejó sin vida.

Ana