Mentiras que me creí

Mi papá que no era mi papá me dijo que las mujeres no podían ser presidentes, porque pasarían todo el tiempo pintándose los labios. Me dijo que la ventaja de ser mujer era no tener que rasurarse la cara. Con su sonrisota me dijo que jugaríamos un juego, muy divertido, que me desvistiera y me tocaría ahí abajo. Yo no quería, y le dije no sin palabras, solo moviendo la cabeza, pero el no entendió, y siguió insistiendo, con su gran sonrisa, hasta que lo logró. Mi cuerpo me avergonzaba, muy pequeño, sin busto, sin vello, pero eso era lo que a él le encantaba de mi, mis ocho añitos. Un día, ya estaba grande, y sentía la carga de más de una década de silencio. Lo denuncié, y fueron psicólogas y peritos (varias mujeres) que ayudaron a que fuera condenado y sentenciado a sesenta y cinco años de prisión. En el juicio, él se quedaba callado, solo se miraba tan grande y tan fuerte, cuando yo hablaba con él de niña. Ahora había perdido la voz, y yo había encontrado la mía. Me senté sin miedo para atestiguar y lo señalé con palabras, describiendo con doloroso detalle todos los crímenes cometidos en mi contra. Ese hombre no era mi papá, solo fue otra mentira más que me creí.

Shana Gould