La piedrecita
Aquella piedrecita había aprendido a verse pequeña e insignificante en comparación con el pedrusco, que se imponía esbelto y fuerte, en el que el tiempo y la costumbre hizo que se incrustara y se olvidase del exterior, ya que su vista estaba tapada por este. Sabía que si decidía separarse de aquel pedrusco que le presionaba y poco a poco le desgastaba, la piedrecita acabaría solitaria y desamparada, pequeña en un gran mundo. Una noche, el tiempo se presentó cruel y con una ventisca arrasadora. La piedrecita se estremecía nada más pensar que el viento la arrebataría de ese gran pedrusco, pero no pudo soportarlo y acabó cayendo. Se quedó sola ante la tempestad, o eso pensaba. En unas horas el sol salió. Vio por fin esos rayos de luz después de tanto tiempo y disfrutó de la fresca brisa mañanera. Ahora se veía como era. No era una piedrecita frágil, sino una roca fuerte y segura de sí misma.
Maus