El viaje de Miriam
El primer día que vi a Mariam jugué desde la distancia a adivinar su procedencia. Podría haber sido de cualquier parte del mundo. Nigeria, Bangladesh, Rumanía, Puerto Rico o de un pueblo de España – ya fuera del norte o del sur –. Tenía unos rasgos comunes y unos andares tradicionales. Algo más me costó averiguar su edad, aunque si acababa de llegar al club “El Lado Abierto” era porque todavía guardaba la castidad en sus entrañas. Por eso la eligieron. Por eso le propusieron un trabajo bien remunerado en la capital. Contrato y fines de semana libres. Propinas. Días de vacaciones para visitar a la familia allí donde estuviera, en Uganda, India, Rusia, Guatemala o en algún pueblo de Francia – ya fuera del norte o del sur –.
La observé durante horas, desde los primeros gestos aturdidos hasta las lágrimas que emanaron de su dignidad cuando le cogieron del brazo para arrastrarla a la habitación del fondo, como hacía siete años hicieran conmigo. Para salir de aquel cuarto de luces rojas sin contrato, sin fines de semana libres, sin vacaciones para ir a visitar a la familia. Sin virginidad. Sin libertad.
“Andelita”
María Pilar Donate Sanz