Y se limpió las manos.
Entró pegando un portazo, un calambre me recorrió la espalda. Con la mirada llena de rabia, cruzó la inhóspita habitación. Me agarró del amoratado brazo y me lazó con fuerza contra el suelo. Caí de boca. Estaba frío, áspero. Mi piel desnuda se tensó con su contacto. Luego él se lanzó sobre mí, dejando caer todo su peso sobre mí tiernas y pálidas carnes, que ya habían perdido toda sensibilidad. Con una mano me sujetaba del cabello, con la otra intentaba hacerse hueco en mi entrepierna.
-¡Quiero que lo repitas después de mí!–gritó mientras empujaba contra mí, como lo hacen las bestias–¡Nunca volveré a mí país!¡Dilo!¡Vamos, dilo!–sentía su fuerte aliento en mi nuca.
-Nunca…¡ah!…Nunca volveré a mí país–balbuceé, apretando fuerte los ojos.
-¡Mi familia no me quiere!
-Mi familia… no me…–repetí.
-¡No valgo nada!
-No… valgo, no…
-¡Calla!–y soltó un último gemido.
Había terminado. Por suerte, éste eyaculaba rápido. Me quedé allí, en el suelo, inmóvil, inerte, con el cuerpo dolorido. Pensando en aquella escena de la violación con mantequilla de ‘El último tango en París’, mientras él salía de la habitación, abrochándose los pantalones. Me miró por encima del hombro y se limpió las manos.
Corazón Violeta