Nada

– ¿Quieres leer el nombre escrito en este papel? – preguntó con autoridad.
– Gerardo García –contestó ella con voz temblorosa.
– ¡¿Queda claro?! ¿Qué oficio tienes tú, a ver dime, qué haces en la vida para que te creas tan importante? Ya te lo digo yo; nada. No haces nada bueno. Eso de ir a la tienda no sirve para nada. No sé ni por qué vas. Nadie te echaría en falta si un día no fueras. Te crees muy lista y muy importante, ¿verdad?– gritó Gerardo. – ¿Crees que puedes comprar una mesa para el comedor sin decirme nada?. Firmaste un contrato y solamente yo puedo gastar el dinero que entra en casa. ¿Estamos de acuerdo?
Helena, agotada, observaba a su marido dando vueltas. Veía como gesticulaba vehementemente, como su boca se movía y esputaba saliva en el aire. Pero ya no oía. No podía. Su mente había desconectado. Todo iba a cámara lenta mientras recordaba el instante en el cual firmó. Fue en el momento de mayor indefensión que había sentido en su vida. Esas palabras de su marido resonaban en su cabeza. Firma o no puedo garantizar que la niña y tú durmáis seguras por la noche. No tenía opción. Ya no sabía hacer otra cosa que tener miedo. La noche volvía a estallar dentro de casa.

Alexandra Blau