Háblame en susurros, no soporto más los gritos
Mi cuerpo vivió muchos años en coma. Normalizó que mi alma no era capaz de vivir dentro de esa jaula llamada hogar y la dejó escapar, como quien abre una ventana y deja entrar la brisa.
Gritos, burlas, intimidaciones, noches sin dormir y días sin vivir. Me convertí en el saco de boxeo de la persona que tenía que cuidarme y respetarme. La sociedad esperaba de él un buen padre. Pero mi padre no era bueno, ni era padre.
En el momento menos pensado, ocurrió el Big Bang emocional. Mi cuerpo rogó a gritos la ayuda de mi alma: “por favor, vuelve a casa”. Sin ella yo no era nada. Liberé a los demonios que llevaba dentro, se fueron por la puerta de mi casa, intimidados por unos hombres uniformados.
Y en ese momento descubrí por fin lo que era vivir.
Nerea R. Jaspe