El cuchillo
-Esto que veis aquí es un cuchillo. Si hacéis lo que os digo, no os pasará nada.
Miré el cuchillo. Era grande, de hoja ancha y mango negro. Mi amiga empezó a sollozar, paralizada, con ruido de gritos estrangulados. Si ella no se movía, yo no podría salir de allí. No quería subirme al coche de un desconocido y sin embargo, ahí estaba, en el asiento de atrás de un dos puertas. Él había parado de pronto a mitad trayecto. Voy a mear, había dicho. Y al volver:
-Esto que veis aquí es un cuchillo. Si hacéis lo que os digo, no os pasará nada.
Le convencimos de que obedeceríamos. Pero, por favor, deja el cuchillo sobre el salpicadero. Teníamos dieciséis años. Accedió.
-Lo puedo coger en un segundo, ¿entendido?
Se bajó los pantalones.
-Pon la cabeza aquí.
Se lo ordenó a mi amiga exhibiendo sus genitales. Aterrada, incapaz de revelarse, se inclinó hacia delante. Entonces tiré de la palanca de su respaldo, lo abatí y la empujé a ella contra la guantera; abrí la puerta del copiloto, salté fuera del coche, la arrastré conmigo y corrimos. No lo denunciamos por vergüenza. También por miedo a nuestros padres. Durante años, creí ver su cara por la calle. Aún pienso en él. Así es la violencia.
M. M. Terrés