Déjame verlo
Déjame verlo – dice él, y esas palabras retumban en su cabeza. Ya sabía ella que no se tenía que comprar ese vestido tan bonito en las rebajas.
Déjame verlo – insiste, y ella recuerda toda la película que le ha montado a la dependienta para que cambiara el precio en la etiqueta. Pero si yo voy a pagarte los 30 euros, pero prefiero que ahí ponga 20, total, ¿qué te cuesta?
¿Pero vas a enseñármelo o no? Su hermana le ha tenido que dejar los diez euros que le faltaban, y ahora tendrá que sisarlos cada día, quitándose el café del desayuno o la caña de los viernes, para devolvérselos, aunque sabe que ella no los aceptará. Le regalará algo, un pañuelo, unos pendientes, una colonia barata. Siempre es así.
Le enseña el vestido y él mira, sonriendo, la etiqueta cambiada. Y ella piensa, una vez más, que no debió permitir que la convenciera para dejar aquel trabajo.
Pesimista utópica