Ante el fregadero
Estaba lleno de trastes, los de anoche y los del desayuno de hoy. Los dos niños jugaban en el patio; queríamos estar con ellos pero la obligación de lavar los trastes, era lo primordial. O los lavaba mi marido o los aseaba yo, y él dijo:
-Si me cantas acompañada de la guitarra, lavaré los trastes.
-Mejor al revés, tú me cantas y yo los lavo.
-Tú lavas los de comer y yo las cacerolas.
Cuando los niños nos oyeron cantar, llegaron corriendo, tomaron trapos y comenzaron a secar los trastes; uno secaba y el otro llevaba al trastero los platos, cubiertos y cacerolas. En media hora, habíamos terminado.
Ahora iríamos a pasear al Jardín de los Cisnes.
Me tiré en el pasto, los niños y mi marido también y fue entonces cuando miramos volar a las sílfides, estaban disfrazadas de libélulas y danzando lanzaban silbidos de buena voluntad que decían: Los más hermosos jardines, los dichosos, los prodigiosos, están entretejidos en el cariño familiar.
Nardo