A vosotras, hermanas del infortunio
Aunque el paso de los años haya cubierto el pasado con una niebla idealizante, todavía recuerdo todo con ojos de niña sensible e inocente. Las cosas empezaron a ir mal en casa, las discusiones entre mis padres eran casi el único pan de cada día, y se tornaron insoportables desde el aciago día en que murió ella. Desde entonces, él regresaba a casa cada noche con los gritos empapados en alcohol, entre sentimientos de culpabilidad y autodestrucción.
Mi huida a la capital estaba cantada. La casi simultánea caída en las garras de la trata de blancas, una consecuencia previsible. Las adolescentes de provincias éramos presa fácil, y los chulos siempre han tenido vista de lince para esas cosas. Las noches ahogadas en llantos servían para difuminar el cansancio y la desesperación de aquellos días de ruina moral y degradación humana.
Hace ya tiempo que pude saldar mis deudas con este mundo, y quizás con todos los mundos posibles. Desde mi vieja casa del pueblo, adonde por fin pude regresar, os envío estas palabras de ánimo para todas vosotras que, en algún momento de vuestras vidas, os encontréis de pronto prisioneras de la vida.
Rosaura