Todo lo que sobra
– ¿No me escuchas? ¡Te he dicho que NO Y PUNTO!
Ella guardó silencio, de tragarse hasta la respiración. Silencio de ganas de morirse.
Todo por su maldito champú. Solo era eso, su champú. Pero era una de esas cosas que la hacían ser feliz por un instante ¿Y qué ocurría cada vez que ella intentaba conseguir cualquiera de esas pequeñas cosas?
La aplastaba. Con una bofetada o con palabras duras, como muros de hormigón, como martillos de hierro oxidado.
Palabras que la hacían pequeña, la minimizaban hasta casi desintegrarla. Y ella, se aferraba a lo que le quedaba, a sí misma, agachaba la cabeza y se metía dentro de sus entrañas.
Pero ya era demasiado. Y levantó la mirada. Y sus lágrimas se transformaron en cuchillos de hielo. Y cayó al suelo. Desplomada de un guantazo. Se había hecho fuerte de su debilidad.
Se levantó, se limpió las lágrimas.
– Voy a bajar la basura.
– Muy bien, eso es lo que tienes que hacer. Ese sí es tu trabajo, no pedir champús ni tonterías.
Se montó en el ascensor. Su reflejo en el espejo era patético. Pero ella no era así. Nunca más sería así. Quería volver a ser la mujer de la sonrisa de labios vino tinto en otoño.
Y lo sería.
Urania H