Rutinas
Contó los billetes que él le había dejado tirados sobre la cama. Dos paquetes más de pañales. La niña dormía en su cuna, ajena a todo. Ojalá no tuviera que crecer para que la señalaran a gritos como la hija de la puta del pueblo. Se tocó la cara. El señor alcalde había estado hoy especialmente violento. Pero ya se sabía: las putas lo aguantan todo por dinero. Volvió a pasar los dedos por la mejilla hinchada. Quedaban muchos golpes por delante para poder criarla bien. Junto a la cama estaba la foto de su madre. Siempre quiso que fuera maestra. Se secó las lágrimas. Los clientes no querían putas tristes. Llamaron a la puerta. Esta vez sería para un abriguito verde al que ya le tenía echado el ojo.
Marina Garzón