Manos

Ella no me gusta, deseo lo que hay más allá. Un día logro meter mano debajo del jean, rozar la zona mullida que termina donde sus piernas se contraen como una prensa.
—…No…- repite. Me frustro. Ella se culpa. Quiere que yo entienda, pero se culpa y la dejo caer ahí. Tiene quince, igual que yo.
Otro día estamos sentados en la plaza. Conseguí la llave de una pieza. Insisto pero ella no quiere ir. Toma mi mano, como si estuviera sosteniendo un cachorro aterido. Acaricia mis nudillos.
—Me encantan tus manos- dice. Sonríe. Ya no quiero estar acá, con ella.
—Qué es lo que tanto te gusta- Murmuro.
—No sé, me gustan.
Me levanto de golpe.
—No me tomes más el pelo.- Gruño. Sonríe, no entiende. Siento crecer en la garganta el filo nítido de la voz.
—No me tomes el pelo.- No entiende.
Entonces todo ocurre en cuatro segundos. Cierro los ojos y siento el temblor de mis puños en la oscuridad. Es sólo eso, un instante, por que enseguida abro los ojos. Ella sigue ahí sentada, mirándome, pero me doy cuenta de que ya no está. Tampoco yo estoy. Ya no seremos, nunca más. Los dos nos hemos transformado un poco. Para siempre.

Aniri