La maestra de música
Llevaba treinta días intentando afinar al pequeño clarinete y siempre obtenía la misma respuesta, desajustes en las teclas, horrible afinación y peor aún, no lograba integrarlo en la orquesta con los demás instrumentos. La trompeta intentaba animarlo, la flauta le sonreía, el trombón le prestaba su fuerza, pero el rechazo siempre estaba en su boca. Tenía una sonrisa huera, insultaba y protestaba ante cualquier mínima señal de cariño. El día treinta y uno, mi alumno acudió con un brazo roto. La solución estaba en esa tecla. Al mes siguiente, empezó a sonreír, a jugar y a sacar sus virtudes como clarinetista. Había soplado su clarinete con tanta fuerza, que hizo desaparecer a su enemigo, ese que dañaba sus teclas y las de su madre.
CERES