La cruda realidad
Le habían dicho que denunciara, que fuera valiente, que no aguantara más. Que lo hiciera para salvar su vida y la de su hijo.
Llevaba quince años conviviendo con Raúl. Ya no recordaba cuantos “perdona, no pasará más”. Ya no se acordaba de ver a su marido un día sobrio, sin esos malos modales.
Durante esos años, se había acostumbrado a ello, pero también a los insultos, amenazas y golpes. Era habitual tenerlo sobre ella, con esa pestilencia alcohólica. Obligada a cumplir todos sus deseos. Le gustaran o no. En caso contrario sabía lo que le esperaba.
Decía que aguantaba por su niño. Él no le permitía trabajar, tenía que quedarse en casa, sin poder tener amigas. Estaba para atender a la familia, en especial a él, que era de quien se comía. O eso decía Roberto, pues trabajaba poco.
Por fin, tras golpear a su hijo, se atrevió, denunció. Y él, al ser detenido, sólo se preocupó de llevarse consigo la cartilla bancaria.
Esa fue la triste realidad, Rosa, corrió tras el coche y pidió que soltasen a su esposo. Él tenía razón, era la fuente de alimento para su hijo. Y Rosa, pese a las campañas publicitarias sabía que estaba sola.
¿Cuándo cambiaría eso?, ¿Era una esclava invisible?
Las dudas de un mamut