Día de Muertas
“A las muñecas se nos desviste primero”,
explicó la niña de trapo sobre su tumba:
una choza de madera y porvenir lastimero,
en cuyas hebras la sangre de dulce retumba.
Un manchón negro derruye sus hilos,
la asfixia ha desteñido el suetercín rosa,
y el mezclillón, asomando tiernos pistilos,
La Muerte acuna entre su mano ferrosa.
“A los seis años me encantaba ‘hacer tonteras’”,
le dijo entonces la nena rota con mohín cruento,
“y en tierra de gobelinos me pusieron fronteras.
¿Qué cruz cargo, cuál fue mi crimen? Te cuento”.
“Con la tarde genérica a mi niñez trenzada,
marché curiosa por dobladillos de maguey,
hasta que él me tomó, en fiera punzada,
agitando su volumen chacotero como buey”.
“La voluntad me impidió detener su juego,
mis nudos resistieron hasta agotar fuerzas,
un alambre en la garganta apagó mi ruego
y clavome su aguja empujando a retuerzas”.
Siempre La Chingada y su guadaña impía
han llorado a las mujeres que hemos muerto,
pretexto de una cultura que a ellos expía
y que 16 víctimas lleva diario a su puerto.
Porque mientras ellos no cedan privilegios,
y al feminismo no le abramos las puertas,
en todos los trabajos, hogares y colegios,
siempre será el Día de Muertas.
LaJovenRubia