Sólo las zombis sobreviven
El día en que perdí la inocencia dejé de ser persona, mujer, niña, para convertirme en una inanimada muñeca de trapo vieja y raída. Mi realidad comenzó a desvanecerse lentamente delante de mis ojos, acuosos e inertes. Deserté de mi cuerpo justo antes de ser ingerida por ese vertido inanimado en el que se convirtió mi vida y me dediqué a vagar por las profundidades del abismo transformada en un ser etéreo, volátil, suicida del tiempo.
El día en que perdí la inocencia, mi miedo se dedicó a enjaular cada molécula efervescente que amenazaba con sublevarse dentro de mi mente. Me obligó a prostituir mis palabras, mis actos, mis sentimientos a cambio de un amor ávido de carne cruda, sin aderezo; un amor sometido a tus te quiero de condiciones asfixiantes, a tu inflamable temperamento.
El día en que perdí la inocencia descubrí que sólo las zombis sobreviven en la sociedad de los hombres violentos. Pero te diré una cosa, yo, yo resucité hace tiempo, yo resucité el día en el que me deshice de mis miedos para gritar a los cuatro vientos: ¡hoy, me quiero!
Lampírida