Un café, una salida
Elena movía aquel café tan ardiente. Tras un beso en la inmaculada frente de su hijo, siempre se tomaba una mitad muy caliente, sola entre la multitud de madres que parloteaban, cigarros humeantes y estridentes tazas con sus platos. Parecía que hasta estos se encontraban acompañados. Ya estaba acostumbrada. Mientras giraba la cucharilla, se dio cuenta de que se formaba un embudo sin fin, y todos los trocitos de nata parecían perderse en aquel agujero, pero no, si paraba de darle vueltas esos puntitos blancos se iban lo más lejos que podían. Este gesto le hizo pensar: no más vueltas en torno a una cucharilla, nunca más en el ojo del tornado, no seguiría sumergida en aquel mar inhóspito. Pronto nadaría hasta la orilla de su propio café.
Verónica Ruíz Molina