Arcoíris

Solo un poco más. Aguanta. No me muevo, ni respiro. Un portazo. La señal.
Me incorporo, pero caigo. Esta vez ha sido peor. Cuando estoy segura, me levanto y voy al baño. Espera. ¿Quién es esa, qué hace en el espejo?
Me sorprende la imagen de un alma perdida. Desesperada, grita, su llanto traspasa paredes. Que alguien lo pare. Vuelvo a mirarla. Me asqueo. Cojo la esponja y froto. Fuerte. Tiemblo y lloro.
Unos golpes me alertan:
– Mamá, se ha ido.
Entonces, algo hace clic. Suelto los cabos que amarré y cojo las riendas. Basta.
Salgo y observo a mi hija. Me mira y ve más allá. Es demasiado lista. Su mirada se dirige a mis brazos. No me escondo.
– ¿Te duele?
Me acuclillo y viene a mí. Inspiro su olor. Dejo caer la última lágrima.
– Tu abuela decía que hay días de sol, lluvia y nubes. Y tormentas. Pero.. ¿y después?
– ¿El arcoíris? – susurra desde abajo.
– Sí, el arcoíris. Sale y te deslumbra, nos pone felices y contentas, ¿verdad?
Nos separamos, lo justo para mirarnos directamente.
– Sí. Me gustan los arcoíris.
No hay vuelta atrás, tengo un arcoíris que con su luz ha acallado los gritos y disperso las sombras.
Veo claro.
Sonrío.
Ella también.
– Vamos a buscar nuestro arcoíris.

Louise Cavell