Unicornio

A la hora en que no se puede salir corriendo a buscar refugio, un hombre llegó a casa. Le esperaban su cena caliente y su cama tibia. Pasó al servicio y María escuchó con angustia el chorro desafiante y agresivo que anunciaba la odiada presencia en su camita. Llegaba con preguntas: ―¿Amas a papito? ¿Cuánto amas a papito? O con cancioncitas estúpidas que parecían amenazas: ―Marííaaa panza fríííaaa, calentaremos con la míííaaa… Esa noche la piel rasposa y peluda se pegó a su sudor infantil, a su entresueño de cebras y unicornios. Sintió dolor. Dolían esas manos torpes, esas noches sin estrellas y sin aire. Entonces gritó como si se ahogara: ―¡Mamá! Y un martillazo certero dejó a papito quieto, mientras la madre la levantaba hasta la luna.

Nómada