Solos tú y yo

Eran inocentes. Aquellas caricias eran inocentes. Y lo creía, no tenía importancia, somos familia, y nos separaban solo unos cuantos años, yo 12 y él 26, nos entendíamos. Era un juego. Casi siempre cuando estábamos solos, y cuando había alguien, él disimulaba y me sonreía, sabía como hacerlo sin que los demás lo supiesen; parecía que eso lo hacía aún más feliz, se estremecía. A veces me sentaba en su regazo y me tapaba con una manta. El era feliz y yo la causa.

Soledad