La vulnerabilidad.

Me meto en la cama. Cierta intranquilidad en el cuerpo. Contractura en cuello. Pienso en ellas. En nosotras. doblemente víctimas, doblemente vulnerables, doblemente excluidas. Esta es la realidad que me rodea. Que nos rodea, que no miramos, o no queremos mirar. Desconozco la razón, quizás, porque conocer la realiad nos hace corresposables con ella. Tras varias vueltas entre las mantas, tengo que enceder la luz. Necesito vomitar las palambras que se me amontonan en la punta de los dedos. Escribo: La vulnerabilidad está en la calle, con falda corta y el pecho descubierto. También en la cama con la sábana hasta el cuello. Rímel corrido. Carmín encendido. Incertidumbre al cerrar la puerta del coche. La vulnerabilidad al final del callejón, se pliega como las sillas de tijeras. En el lugar de otras. Dónde nadie, cómo nadie, con quién nadie quiere estar. Se libera la carga en el oído que escucha, el brazo que rodea, la palabra que dibuja sonrisas, el agua y la sal que inunda el ojo. Ponerle colorete al miedo. La vulnerabilidd anuda el estómago. No maltrates nunca mi fragilidad.

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