La puerta

“Denuncia”. Aquella fue la primera palabra que escuché, cargada de frustración y rabia, cuando conté mi historia. Después de meses de angustia y pena, de llamadas interminables, de noches sin dormir, había explotado entre lágrimas con una compañera de trabajo. Al principio yo perdonaba sus arrebatos, hasta que pasó a ser él quien debía perdonarme a mí por no hacer las cosas como él quería. Cuando no me perdonaba, su rabia salía a través de su cuerpo hasta llegar al mío en ráfagas de dolor. Una noche, mi “no” resonó en las paredes de la habitación, pero para él no significó nada. Yo era una muñeca esperando a ser desvestida y vestida a conveniencia. ¿Pero cómo podía denunciar a la persona que más me quería?
Aquella puerta violeta que se había abierto para mí estaba lejos y me costó muchísimo caminar hacia ella, pero lo hice. Y por eso sé que muchas otras no pudieron. Su historia acabó antes de lograrlo. Por eso decidí que, si volvía a empezar, ayudaría a otras mujeres a cruzar la puerta violeta. Porque a veces, cogerle la mano a otra persona mientras toma las riendas de su nueva vida, es lo que me recuerda que, más que nunca, yo también soy la única dueña de la mía.

Hija de Lilith