Estado de alarma

Fue confinada que se dio cuenta que nunca había sido libre.

Que esa no era la primera ni la segunda vez que le prohibían salir de casa, pero sí podía ser la última.

— ¿A dónde vamos, mamá? — A curarnos.

Del silencioso virus que las iba matando desde antes de la pandemia.

— ¿Papá no viene? — Papá no está enfermo, cariño.

«Papá es la enfermedad» pensó.

El que con alcohol infectaba sus heridas y con sus manos robaba más aire que ninguna mascarilla.

Agarró a la pequeña y salió corriendo a la calle a pesar de los gritos, las miradas y las heridas.

— Hasta aquí ha llegado —dijo el policía.

— Sí, hasta aquí ha llegado…

— Tengo que ponerle una multa, señora.

— Y yo —respondió ella rompiendo en llanto—. tengo que poner una denuncia.

L. G. R