Dulce sueño

“Deseo que esto nunca acabe”, reflexionaba rodeado de suave luz rosácea y agua cálida. Cuando descubrió el engaño ya era demasiado tarde. Una persona uniformada como un carnicero le azotaba las nalgas, haciéndole llorar en una voz que desconocía. La madre sonreía, triunfante y llena de amor.
Había sido la última paliza pero resistió, venció. La mujer había conseguido traer más luz al mundo. El marido, que jamás sería el padre, mordía los barrotes. Lejos, fracasado, prescindible.
El niño al rato cayó, imitando a la madre. Pleno de felicidad cerró los ojos y volvió, pero no del todo, donde había estado. Su madre ya le esperaba, sin prisa, con los brazos siempre abiertos.

Klaus Kinki