A mi madre

Todo empezó en el patio del colegio con 4 años, me persiguieron para levantarme la falda, y sentí miedo.
Continuó en la adolescencia, cuando mi novio de aquella época, borracho y celoso, me empujó y casi me tira a las vías del tren.
Pero no, no lo consentí.
He visto amigas que han consentido malas palabras, malos gestos, celos, que les critiquen la ropa, que les miren el móvil. Y se lo he dicho, aunque me haya costado la amistad con su pareja.
Porque una vez, alguien muy sabia, me explicó que ser mujer no debe ser motivo para sentir miedo cada noche al volver a casa.
Que mostrar el miedo es darles el poder de manipular.
Que nuestra independencia es sagrada.
Que nosotras somos fuertes.
Y lo somos si nos lo creemos.

Clara Díaz