Una lágrima

Agniezska no esperaba conseguirlo, pero finalmente la oportunidad se presentó ante ella: era muy afortunada por conseguir un trabajo en Madrid. El viaje fue un poco largo y cansado. Al llegar a la estación de autobuses, una mujer amable y sonriente la esperaba. Se dirigieron a un chalet a las afueras de la ciudad. Allí la metieron en una habitación con otras chicas de su edad. No entendía nada. Le cambiaron de ropa; la maquillaron; le dijeron que solo tenía que ser amable y sonreír. Las primeras veces lloró, luego, dejó de hacerlo. Sin embargo, cada mañana, al levantarse, cuando contemplaba una fotografía, una pequeña lágrima asomaba en sus ojos azules y emborronados. A su corta edad, había comprendido que la visión de un recuerdo puede ser un consuelo para el olvido.

Aga