Suicidas

Sol: El ocaso es el peor momento del día. Entonces las sombras se ciernen sobre mí y me empujan al abismo de la locura. Me pregunto si la otra mujer siente lo mismo; frágil muñeca ausente en su cama, como si se hubiera rendido a la muerte sin miedo al purgatorio entre aromas a orines y desinfectante.
Luna: No estoy sola, hay alguien más en la habitación. Me siento anestesiada por las pastillas, pero noto su presencia. Me giro hacia ella, veo las cicatrices que dibujan su rostro y pienso en las mías, hondos estigmas que cosen las heridas del alma.
Sol: El abogado cree que me libraré de la cárcel, pero no me arrepiento de llevar a mis espaldas la culpa de su muerte. La única prisión que temo es la telaraña que ÉL tejió con delicado hilo. La observo de nuevo y descubro unas huellas en sus muñecas que me recuerdan la valentía que no poseo para acabar con todo. Si tan solo pudiera venir a salvarme… Porque yo no soy una suicida.
Luna: Mi mirada traspasa la suya hasta alcanzar sus pensamientos. No puede hacerlo, le aterra fallar igual que lo hice yo. Sonrío, pero mis labios se tuercen en un rictus esperpéntico. Sus ojos me suplican que la mate. Pero yo no soy una asesina…

Sol y Luna