Olvidar la piel

Lo que pareció ser una caricia inocente resultó llevar implícita una urgencia temblorosa. Marta intuyó desde el principio que el lugar y el momento en los que se produce esa caricia determinan su naturaleza. Por eso la caricia era culpable desde que nació. El tiempo multiplicó los embelecos y las cosas fueron a peor. Las caricias se hicieron adultas, de esa manera desagradable en la que lo adulto suele revelarse para quien no lo es. Marta no entendía nada pero la sorpresa inicial dejó paso a la angustia, la vergüenza y la culpa. Nadie sabía del abismo de Marta, solo su cuerpo que sufría las duras embestidas de una mente empeñada en despreciarlo. ¿Cómo cuantificar el asco? Finalmente Marta habló sin palabras, dos terribles entalladuras en una de sus muñecas lo certificaron. Los demás, los que la querían de verdad descubrieron que el infierno invariablemente está cerca y que con los demonios que lo habitan, nos unen lazos de sangre. Y entonces las caricias cesaron. A Marta le costó mucho dejar de estremecerse con otros tactos, aprendió que la piel tiene memoria y decidió ayudar a otros a no temer, a pronunciar aunque solo sea con un hilo de voz, la salvadora palabra: NO.

José Luis Logar