Las olas

Ágatha caminaba libre por la orilla del mar. El agua se colaba entre sus dedos a cada paso. Deseaba llegar tan lejos como se propusiera.
Mientras contemplaba su entorno, tropezó con un pedrusco que sobresalía entre la arena y cayó. Antes de que ella pudiera levantarse, él le dijo molesto “¿qué hacías tan distraída mirando el mar? ¡cotilla!” a lo que Ágatha respondió “¡soy curiosa!”. Se alejó reflexionando sobre lo que este le recriminaba.
Horas después Ágatha continuaba su trayecto cuando el sol, abrasándola, comenzó a bramar, “¿cómo puedes pasear así? ¿no sientes vergüenza, jovencita?” ella se percató de su desnudez sin embargo continuó el camino con una sensación que tardó unos minutos en conocer, ¡sentía pudor!

Llegado el ocaso el viento comenzó a susurrar, “¡mujer, no continúes tu camino! Seguro que estás cansada”. Ella que ya solo podía mirar al suelo por temor a ser juzgada de nuevo, se sintió doblegada. Aún así no se detuvo.
Al final, frente a las olas, Ágatha pudo ver claramente que las cargas que le habían impuesto no existían sino en la mente de quien las pronuncia. Ella recobró la fortaleza y determinación necesarias para continuar su viaje.

Ana