La Visión correcta de las cosas

Ahí estaba él colocándose el cordón del zapato, uno de eso mocasines de cuero que le hacen sentirse elegante, yo mientras intento ponerme guapa. Qué curioso, cómo cambian las gafas con las que una se ve a sí misma, siempre pensé que era guapa, hasta que un día comencé a mirarme con las gafas de otro y ya nunca volví a verme de aquella manera. No sé en qué momento rompí mis propias gafas o debí de cambiarlas por algún modelo antiguo de lentillas, de esas que no dejan que se oxigene nada, pero allí estaba yo, agazapada bajo sus ojos, esperando que su puño y sus palabras me impusiesen, la “visión correcta de las cosas”, si ese cordón no quedaba lo suficientemente recto. Y como diez de cada nueve veces, los cordones no quedaron rectos, o quizá fueron los calcetines, qué más da. Para no variar, su puño me impuso la “visión correcta de las cosas” o tal vez fue la palabra “PUTA” (algún día mandaré un email a la RAE para ampliar el significado de esta palabra) y entonces, como siempre, me hice pequeña. Pero como nunca, o mejor dicho “como hacía mucho tiempo” se me recompusieron las gafas, se movió la lentilla y empecé “muy de a pocos” a tener de nuevo la “visión correcta de las cosas”.

Con las gafas puestas.