La alacena

A mis amigas les gusta jugar en la alacena que hay bajo la escalera. La describen como la puerta hacia el reino de la magia, por sus paredes rosadas, su caballito de madera y los cuadros con motivos florales de las paredes.
Pero, dos años después, la alacena ya no tiene la magia que nos abría la mente y hacía revolotear nuestra imaginación. A veces, mamá se va temblando y llorando, y entonces, él me coge con violencia y me zarandea. Cierro los ojos y ya estoy en la alacena.

Las paredes rosadas ahora tienen gotitas de sangre y lágrimas. El caballito de madera está roto por fuera y yo lo estoy por dentro. Siento sus astillas clavadas en mi corazón, aunque todavía late rápido como un colibrí y sonoro como un martillo. Las vidrieras de la alacena están empañadas por los gritos de mi miedo queriendo salir. Cierro los ojos y me concentro en buscar la magia que antaño rezumaban esas cuatro paredes mientras él termina de desvestirme con violencia y se abre paso. Y mi inocencia suspira una vez y me hace cosquillas en la nariz… antes de desvanecerse para siempre.

Mónica Rodríguez Hernández