En la casa de al lado

En la casa de al lado el dinero nunca alcanza para pagar las cuentas ni las clases de piano para Mariel. El hombre que siempre viste de terno, piensa que si Ofelia, madre de sus dos hijas, vuelve a trabajar como traductora, no podrá tener la comida caliente a la hora indicada, la ropa planchada, la casa ordenada y estar dispuesta a complacerlo de madrugada.
Desde que la familia de la casa de al lado se mudó a este barrio, Ofelia no ha cambiado su forma de vestir, siempre con las mismas blusas y faldas en tonos tierra que ella misma cose cuando le queda algo de tiempo. Sin embargo, “el hombre de la casa” compra camisas y corbatas que acumula en el último cajón del ropero.
Los domingos no es un día especial. Ada, la hija menor, pica finamente con el cuchillo mientras unas lágrimas resbalan por sus mejillas y no es por culpa de la cebolla. Ella sabe que su mamá tiene derecho a trabajar y que su hermana Mariel debe cumplir su sueño de ser una gran pianista. Ada piensa que desde ahora las cosas deben cambiar.
“¿Está lista la comida?”, grita el hombre que siempre viste de terno.
Ada deja el mandil sobre la mesa mientras responde: “Sí, ya está. Ven a servírtela tú mismo, papá”.

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