El Vuelo

Yacía sumida en la oscuridad de mi tristeza, sola, hundida. Esperando que el viento arrastrase mi último aliento igual que el mar arrastra los restos de un naufragio. Entonces surgiste de entre las sombras con tu infinita sonrisa y tu calor me envolvió, inundando mi alma de sol. Y te seguí. Te hubiera seguido hasta el fin del mundo.
Ahora soy sólo una muñeca de trapo vestida de colores brillantes. Sin voluntad. Un juguete roto que se usa cada noche para tirarse después en un rincón.
De madrugada, cuando la puerta deja de abrirse y cesa el siniestro desfile de hombres, sueño con volver a casa, con volver a sentir el abrazo tierno de mi madre. Y miro por la ventana de esta fría habitación preguntándome si ella seguirá esperándome.
Tengo que escapar, aunque para eso deba abandonar mi cuerpo. Pero, ¿y qué si lo dejo? Mi cuerpo ya no es mío, ya no me pertenece.
Abro la ventana y el aire gélido me acaricia el rostro con dulzura. Me pierdo en la apacible noche. Piso el áspero alféizar con los pies desnudos. Lo único que anhelo es ser libre otra vez.
Quiero volar.
Cierro los ojos y alzo el vuelo.

INÉS PONCE CALDERÓN