El lado oscuro de la sonrisa

—Por favor Rosario no me cuelgues. Solo quiero que sepas que a Juan le han concedido el 3º grado.
No podía articular palabras, todavía sentía el efecto del ansiolítico en mi cuerpo.
—No espero que te alegres, pero es mi hermano y aun tu marido. Todo lo que hizo contigo fueron solo impulsos sin maldad, que tu no supiste controlar. Sabemos que te sigue queriendo. Su vuelta a casa está cerca y espera que le perdones y vuelvas a creer en él. Todos confiamos en él, siempre fue un buen chico, con sus cosas raras, pero sin maldad. ¡No podemos hacernos responsable de su vida! Él tiene un hogar, que es tan suyo como tuyo. Y tú lo sabes. Déjate de hacerte la mártir. Y empieza a centrar tu vida.
— Dime ¿qué piensas hacer?…
— ¿Qué pienso hacer? — Qué esperas, ¿qué le reciba con los brazos abiertos? Esos que él ha dejado llenos de cicatrices y quemaduras. O que le deje seguir jugando salvajemente con mi cuerpo para satisfacer sus deseos.
Las lágrimas empiezan a caer de mi rostro silenciosas, arrastro mis pies descalzos. Y sin mediar palabra cuelgo.
Me vuelvo nuevamente a la cama.
Necesito un cigarro, que me despierte por dentro, que me queme la garganta, necesito tantas y tantas cosas…

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