Casa de muñecas

En aquella casa de dos plantas y grandes ventanales sólo existía belleza en el colorido jardín trasero y en el corazón de la pequeña Tala.
El acogedor refugio que presumía ser, era en realidad una pretenciosa cárcel decorada con gusto, donde el paso de las horas se tornaba cada vez más insoportable.
La muñeca de piel pálida y trenzas perfectas, sentía que aquello no podía ser todo, que esa vida ya no la pertenecía.
La pulsión poderosa que salía de sus entrañas, y que apenas podía contener, la empujaba hacia sueños de libertad, de oportunidades infinitas, donde la felicidad no era la falacia dolorosa en la que habitaba a diario, sino una forma fácil y maravillosa de entender la vida.
La noche que Tala decidió huir, sintió como la persistente molestia de una de sus cicatrices, infundía valor y sentido a la hazaña que estaba a punto de acometer.
Con los brazos cruzados sobre su inmaculado vestido rojo, emprendió el camino que por fin dotaría de significado y valor a su existencia silenciosa y la libraría del infierno.
Decidió avanzar sin mirar atrás, a pesar del sentimiento aterrador que le provocaba la ominosa presencia de su casa de muñecas y la sombra que habitaba en ella.

Tusitala