Bienvenidas al paraíso

 

Mientras sube la escalera, baja la vista y cuenta peldaños. Sus finos tacones intentan dejar un rastro sobre el terciopelo rojo, pero acaban siendo derrotados por el botín del número cuarenta y seis de su acompañante. Los gritos de aparente júbilo que emite Ileana llegan perezosos desde el jacuzzi exterior. Es el único sonido familiar.

Cuando la puerta se cierra, los dedos de él penetran en su cabello ensortijado. El sabor agrio es intenso. A pesar de la ostentación de la suite, vuelve a sentir el calor del fuego dominando la cabaña; el brujo le corta las uñas descuidadamente pero las recoge con pulcritud y las deposita en un paquetito. Ella repite el juramento varias veces. Su voz apenas es audible.

–¿A que estás disfrutando, eh? –grita él desde atrás, y le gira la cabeza con brusquedad. Ella abre los ojos y asiente. Hace meses que el fuego se extinguió y la tercera ocupante de la habitación, una palmera que aparece a intervalos regulares, marca el ritmo de sus caderas adolescentes: verde, amarillo, verde, amarillo.

Catalina Handia